La bella ciudad italiana de los canales, Venecia, tiene una réplica en las antípodas, construida además en la misma época y situada en Micronesia. En una de sus muchas islas, Pohnpei (Ponape), está Nan Madol, todo un prodigio de arquitectura e ingeniería erigido a partir del año 500 y compuesto de un cúmulo de islas artificiales cimentadas sobre arrecifes coralinos y conectadas mediante canales.
Nan Madol tiene una superficie de 60 hectáreas, es un mundo de fantasía encantado, lleno de frondosa selva. Está formada por 92 pequeñas isletas realizadas por manos humanas. Las ruinas las forman un total 400.000 bloques de basalto, que se encuentran diseminadas a lo largo y lo ancho de los islotes que rodean a la isla principal donde estaba enclavada la ciudad.
La construcción de este ‘lugar entre los espacios’ (significado de su nombre), que estuvo habitado hasta el año 1600, es el principal misterio del enclave, lejano aún de solución. Se desconoce qué cantera pudo proveer el material necesario par elevar sus palacios y edificios, y cómo se cortaron y transportaron las enormes losas por el Pacífico. Se estima que las obras pudieron iniciarse entre los siglos VIII y IX, pero las principales estructuras megalíticas no se alzaron hasta 300 años después.
Las leyendas.
El enigma se ve acrecentado por la historia del lugar, muy rica en leyendas que cubren la falta de evidencias o documentación. Una de ellas atribuye dicho transporte a un mago que llegó volando, lo que dio pábulo a teorías extraterrestres. También se cuenta que los canales servían para el paso de unos dioses del océano con forma de anguilas, que eran adorados mediante el sacrificio de tortugas marinas.
Ciertamente se han hallado multitud de restos de estos animales, producto de las ceremonias sacrificiales que se habrían celebrado entre 1300 y 1600. También se ha descubierto un estanque donde se criaban anguilas sagradas.
También se dice que los gigantescos bloques fueron transportados en balsas de madera de cocotero, pues es imposible el transporte por tierra dada la geografía infernal de las islas, pero no existe explicación de cómo lograron levantar los bloques de gran tonelaje sobre muros a gran altura, ni mucho menos de donde salió la mano de obra necesaria para llevar a cabo tan colosal obra.
La función de Nan Madol era en gran medida religiosa. Todo un enorme sector de 58 islotes se dedicó a usos funerarios y estaba habilitado por sacerdotes. Uno de los espacios más impresionantes es es islote de Nanadauwas, donde se enterraba a los reyes, que conserva muros de 12 metros de altura y 5 metros de espesor, con columnas de basalto volcánico de procedencia asimismo desconocida. Destaca así mismo la presencia de un gran muro de casi 900 metros de largo, alcanzando en su punto más elevado los 14 metros.
El lugar fue residencia de la dinastía Saudeleur, que gobernó desde 1100 hasta 1600, con reyes absolutos y parece que tiránicos. Esta es la teoría que establece el antropólogo William Ayres, de la Universidad de Oregón, Según las leyendas, eran de origen extranjero y tenían un aspecto físico bastante distinto al de los nativos. En Nan Madol no hay agua dulce ni alimentos. Hay que ir al interior para encontrarlos. Para los Saudelaur esto no suponía ningún problema, ya que al ser los jefes supremos, la gente les traía todo lo que necesitaran.
Invadida por la jungla y los manglares, la enigmática Nan Madol continúa siendo para los nativos una ciudad prohibida, que, de acuerdo con su tradición, acecha con la muerte a quien osa permanecer en ella después de la caída del Sol.
Una gran cantidad de informes de buceadores denuncian la presencia en los fondos marinos de Nan Madol, de amplias zonas de construcciones, calles y avenidas cubiertas de conchas y corales, bloques, monolitos y otras señales inequívocas de que Nan Madol es tan solo la punta del iceberg de una gran civilización que yace olvidada en el fondo del océano Pacífico. Quizá como la misteriosa Tartessos en suelo de la Península Ibérica.
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