Ese Muro, físico y psicológico, dividió durante décadas no solo una ciudad, sino un país y un mundo, en dos bloques aparentemente irreconciliables. Al este, el comunista, tutelado por la poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Al oeste, el democrático, comandado por los no menos poderosos Estados Unidos de América (EEUU).
Entre ambos bandos, una rivalidad feroz, que les llevó a extender sus áreas de influencia a sus países aliados: la OTAN al oeste, el Pacto de Varsovia al este. La competencia se desarrolló hasta el paroxismo: la carrera armamentística, la carrera nuclear, la carrera espacial. Si no hubo otra guerra desastrosa y mundial, faltó poco. Casi todos la llamaron Guerra Fría; otros, Paz Caliente.
La apertura del Muro de Berlín puso fin a ese orden mundial bipolar, para dar paso a un periodo marcado por la hegemonía de los EEUU. El 9 de noviembre moría, a los 28 años de edad -construido en 1961- un muro que recibió diversos nombres: el Muro de Protección Antifascista, en el este, el Muro de la Vergüenza, en Occidente (todo según el color del cristal con que se mira), la Cortina de Hierro, en América del Sur, el Telón de Acero.
La caída del Muro no fue producto de la casualidad. El 18 de octubre de ese mismo año acababa de dimitir Erich Honecker, presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana (RDA) desde 1976. Este era contrario a las reformas aperturistas impulsadas desde Moscú por el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijaíl Gorbachov.
A Honecker le sustituyó Egon Krenz, su compañero del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), pero mucho más afín a la nueva línea impuesta por Gorbachov desde su llegada al poder en 1985. Esta línea se puede resumir en dos palabras rusas: perestroika (reestructuración) y glásnost (liberalización, apertura, transparencia).
El antecedente más inmediato a la caída del Muro es la apertura de fronteras en Hungría el 27 de junio de 1989, apertura que Gorbachov había aceptado, validando así la llamada doctrina Sinatra: a partir de entonces los 'satélites' de la URSS se conducirían 'a su manera'. Polonia ya había emprendido 'su camino'. Después de Alemania del Este vendrían otros como Bulgaria, Checoslovaquia, Rumanía, Albania o Yugoslavia.
Por el otro lado, los alemanes del oeste habían iniciado hacía años la llamada Ostpolitik, es decir, la política de acercamiento al Este. Este término se empezó a usar con la llegada del socialista Willy Brandt al Ministerio de Asuntos Exteriores, y más tarde -en 1969- a la cancillería, de la República Federal de Alemania (RFA).
Según explica el propio Brandt: "Nuestra Ostpolitik significaba, de forma esencial, que a diferencia de la situación anterior nos preocupábamos con mayor intensidad y de forma diferente de nuestros propios asuntos, no confiando exclusivamente a que otros hablaran por nosotros". Brandt alude por primera vez a los 'dos Estados en Alemania', en vez de a las 'dos Alemanias'.
La tarde del 9 de noviembre de 1989 el periodista Riccardo Erhman dio la noticia de su vida. Era el corresponsal en Berlín Oriental de la agencia italiana Ansa cuando acudió a cubrir la rueda de prensa de Günter Schabowsky, el portavoz del Gobierno de la RDA.
Esa tarde el Ministerio de Asuntos Exteriores de Krenz había convocado a los periodistas en el Centro Internacional de Prensa a las 18 horas para comunicar que el Gobierno iba a permitir que los ciudadanos alemanes del Este pudieran viajar con más facilidad al Oeste. La rueda de prensa se retransmitió en directo por televisión.
"Señor Schabowski, ¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?", le preguntó Erhman. El portavoz, confuso y nervioso, revolvió unos papeles y respondió: "Hemos decidido hoy la creación un marco que haga posible que todo ciudadano de la RDA pueda viajar fuera de las fronteras". "¿Cuándo entra en vigor?", preguntó el corresponsal. Schabowski bajó la mirada a los papeles y contestó: "En mi opinión, entra en vigor... Inmediatamente, sin retrasos".
Schabowski cometió un error, pues la medida debía entrar en vigor a partir del día siguiente. En cualquier caso, el futuro ya había pisado el acelerador. La noticia transmitida por Ansa corrió por agencias, radios y televisiones de Berlín occidental y pronto de medio mundo. Miles de berlineses del este se echaron a la calle, se acercaron al temible Muro y en los puestos de control reclamaron su derecho a pasar al otro lado.
El primer punto de control se abrió a las 23 horas, seguido de otros varios. Ni la policía de la frontera ni los funcionarios del ministerio tenían órdenes concretas, así que pesó más la presión de la multitud. Angélika Wache, de 34 años, fue la primera persona en cruzar el famoso punto fronterizo del Checkpoint Charlie aquella tarde-noche de hace 25 años. "¡No puedo creérmelo!", dijo a la prensa.
La sorpresa dio paso a la alegría. Muchos berlineses de uno y otro lado apagaron sus televisores y caminaron hacia el Muro. Los del oeste recibían con entusiasmo a los que llegaban del este. Reencuentros y abrazos, risas, aplausos y pancartas de bienvenida. Muchos berlineses occidentales se encaramaron a la antigua tapia divisoria. Algunos se aplicaron con ilusión a la tarea de demolerla sirviéndose de martillos, picos o cinceles.
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