"Derechos" y "Animales" son dos términos cuya presencia en una misma frase no es algo reciente. Ya Pitágoras, vegetariano por motivos éticos y que compraba animales en los mercados para dejarlos libres, entendió a los segundos como sujetos de los primeros. Pero Pitágoras no dictaba la ley, como tampoco lo hicieron Virgilio, Leonardo, Schopenhauer, Bentham o Regan. Por eso, lo que se le ha negado a lo largo de la historia a muchos seres humanos: el derecho a su vida o a su libertad, formaba parte del mismo saco donde hoy arrojamos el dudoso privilegio de explotar, torturar y matar animales. Vaciamos de ese costal ignominioso, al menos legalmente, la discriminación sangrienta de mujeres y hombres pero, expresando con energía y hasta con orgullo el horror que ahora nos producen aquellas atrocidades del pasado, nos alejamos de puntillas para no tener que ofrecer explicaciones a nuestra conciencia cuando dejamos que permanezcan en su interior idénticas aberraciones cometidas con víctimas no humanas.
Diez de diciembre: Día internacional por los derechos de los animales. Durante esta misma jornada en España morirán 165 seres vivos en festejos, 30 de ellos toros y vaquillas, se cazarán 83.000 de diferentes especies, 366 perros y gatos serán abandonados y 55 sacrificados, 1718 animales perecerán en laboratorios de experimentación y vivisección, se acabará con la vida de 2.115.000 en mataderos ... La lista de actos de crueldad legal es muy larga y la suma final de víctimas aterradora. Y todo en un solo día y en nuestro País. Sumad los resultados obtenidos en todos los lugares del Planeta, multiplicad la cifra por 365, y el balance de criaturas torturadas y asesinadas al año será un número prácticamente imposible de leer. Pero detrás de cada una de las unidades que lo conforman existe un sufrimiento psíquico y físico real que, sin embargo, pasa desapercibido para la mayoría de las personas. La educación, las costumbres, las leyes de mercado y sobre todo lo cotidiano de la tragedia, han convertido a los hombres en actores y espectadores inconmovibles. Derechos, pedimos. Y nuestras voces quebradas de dolor se hacen trizas contra los intereses de los ambiciosos, el hedonismo de los egoístas y la indiferencia de los políticos. Nos llegan sus risas, su desprecio, su condescendencia o su silencio, pero no el reconocimiento del dolor y el miedo de las víctimas. Hacerlo significaría asumir su papel como tales y tener que explicar por qué nuestra especie se arroga la potestad de martirizarlas. Es más sencillo otorgarles la consideración de instrumentos a nuestro servicio evitando así convertirlas en portadoras de derechos. Las escasas excepciones a esa postura no son consecuencia de la ética sino de un cálculo de beneficios. Pero en el rechazo moral y formal a la violencia no puede haber exclusiones, como tampoco silencios complices frente a crímenes disfrazados cuyas víctimas son idénticas padezcan y mueran bajo la designación que lo hagan. La defensa de los animales se conmemora una jornada, pero su explotación y muerte se produce todos, absolutamente todos los días del año. No lo olvidemos.
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