El
condón masculino
consiste en una funda que se ajusta sobre el pene erecto. Para su
fabricación se usan habitualmente el látex natural y el poliuretano
(utilizado básicamente en casos de alergia al látex).
El preservativo masculino generalmente posee un espacio en el extremo
cerrado llamado depósito, diseñado para contener el semen. Sus medidas
varían de 16 a 22 cm de longitud y de 3,5 a 6,4 cm de diámetro. La
medida estándar de un preservativo es de 180 mm de largo, 52 mm de ancho
nominal y entre 0,06 y 0,07 mm de grosor.
Los preservativos pueden presentarse en color natural y en toda la gama
del arcoiris, pudiendo ser transparentes, opacos e incluso
fosforescentes. Algunos tienen estampados en su superficie. Pueden ser
lisos o con texturas (anillos, tachones) para aumentar la sensación
táctil; con aromas diversos (vainilla, fresa, chocolate, banana,
etcétera); con formas anatómicas especiales para aumentar la comodidad o
la sensibilidad; más largos y anchos o ajustados; más gruesos (extra
fuertes) o más delgados (sensitivos); con lubricante saborizado; sin
lubricar, lubricados ligeramente, extra lubricados, entre otros. Los
preservativos suelen presentarse con cierta cantidad de lubricante y
espermicida. Si fuera insuficiente puede añadirse lubricante para
facilitar la relación sexual.
Su historia
El preservativo ha sido usado desde tiempos antiguos para prevenir
“enfermedades venéreas” (como se les conocía antes, en honor a Venus,
diosa del Amor), al igual que como método anticonceptivo.
En cuanto el ser humano descubrió la relación entre el sexo y la
concepción de los hijos, así como entre el sexo y la aparición de
ciertas enfermedades, comenzó a utilizar secciones más o menos largas de
tripas de animales con una de las puntas atada. Estos dispositivos aún
hoy pueden conseguirse (construidos de manera un poco más sofisticada),
debido a su capacidad de transmitir el calor corporal y por su sensación
táctil, pero no son muy efectivos en la evitación de la concepción. En
Egipto, al menos desde 1000 a. C. se utilizaban fundas de tela sobre el
pene. La leyenda del rey Minos (1200 a. C.) hace referencia al empleo de
vejigas natatorias de pescado o vejigas de cabra para retener el semen.
En el 2000, el museo Británico de Londres expuso por primera vez los
preservativos más antiguos del mundo que se conservan, de alrededor de
450 años, que fueron encontrados en excavaciones hechas en los ochenta
en el Castillo de Dudley, en el centro de Inglaterra. Los ejemplares
expuestos corresponden a los siglos XVI, XVII y XVIII. Llama la atención
que estos ejemplares son tan finos como los que se fabrican actualmente
de manera industrial con látex. Estos preservativos, fabricados con
intestinos de animales, están cosidos cuidadosamente en una extremidad,
mientras que la otra punta tiene una cinta que permite mantenerlos
apretados una vez colocados. Pero miden 34 mm de ancho (mientras que los
actuales miden 52 mm, 18 mm más anchos que los antiguos ingleses).
Según los expertos, esos preservativos estaban destinados a hombres que
frecuentaban casas de prostitución. No se empleaban como anticonceptivos
sino para evitar enfermedades venéreas, especialmente la sífilis. Se
cree que antes de ser usados se sumergían en leche tibia para que se
ablandaran.
Estos preservativos de tripa se fabricaban a mano, posiblemente eran muy
caros y la idea era utilizarlos varias veces. No se sabe cómo es que se
conservaron hasta la actualidad.
Se registran también esfuerzos por inventar preservativos de tela
finamente entretejida, pero obviamente no fueron efectivos y se
descontinuaron. El médico italiano Gabrielle Falopio (1523 – 1562)
propuso en su libro “De morbo gallico” el uso de fundas de tela, que
recubrían únicamente el glande y se anudaban con un lazo, para evitar la
sífilis.
Cuando a finales del siglo XIX los ingleses comenzaron a producir
preservativos de látex indio se dio un gran paso en su efectividad y
fácil disponibilidad, vendiéndose en farmacias. Sin embargo, hasta
mediados del siglo veinte, bastante después del fin de la Segunda Guerra
Mundial (1945) en muchos países su venta estaba prohibida.
Es en el siglo XIX cuando aparece por primera vez la palabra “condón”,
en un libro dedicado a la sífilis, escrito por el Dr. Turner.
En Argentina, en 1947 comenzaron a instalarse dispensadores de
preservativos en los espacios públicos. Tras la caída del gobierno
democrático (1955) desaparecieron las fábricas de preservativos, los
dispensadores y hasta los baños públicos, que fueron considerados una
afrenta a la moral pública debido a que frecuentemente eran usados por
homosexuales como sitio para buscar pareja.
En Estados Unidos se permitía su venta “sólo para la prevención de
enfermedades”. Frecuentemente su disponibilidad en una farmacia era
comunicada a un potencial cliente de una manera indirecta, tal como
pequeños anuncios publicitarios que hablaban de “esponjas de goma”
(rubber sponge). De ahí que aún hoy en EE.UU. a los preservativos se les
dice rubbers (‘gomas’).
En muchos países existen organismos que distribuyen de forma gratuita
preservativos tanto para control de la natalidad como para prevención de
ETS. Estas iniciativas encuentran oposición por parte de grupos
religiosos y moralistas que se oponen a la distribución o uso de
preservativos.
Ventajas
Son muy accesibles y no necesitan prescripción médica.
No tienen efectos secundarios.
Pueden ser utilizados como método anticonceptivo complementario.
Protegen contra algunas enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el VIH.
Después de abandonar su uso, se recupera inmediatamente la fertilidad.
Inconvenientes
Puede atenuar la sensación sexual tanto en los hombres como en las mujeres.
Es necesario una buena colocación para que su efectividad sea alta.
La mayoría no pueden ser utilizados si se tiene alergia al látex.
No protege contra el virus de papiloma humano HPV, ya que el virus no se
encuentra en los fluídos corporales (semen, etc.) sino en la piel del
área genital.
Consecuencias para el medio ambiente
Aunque sean biodegradables, los preservativos de látex interactúan
negativamente con el medio ambiente si se les da un “fin de uso”
incorrecto. Se estima que entre 61 y 100 millones de preservativos en
Gran Bretaña únicamente, acaban flotando en las aguas de los ríos y
mares. Mientras se autodestruyen, la naturaleza lo padece porque se
posan en los arrecifes de coral evitando su crecimiento y la vida en
ellos. Los animales marinos también pueden confundir el objeto con
alimento, llegando a resultar negativo para su existencia.